Todos hemos perdido alguna vez, hemos experimentado ese sentimiento de pérdida que nos deja sumidos en un estado emocional difícil de explicar.
Muchos se han enfrentado a situaciones dramáticas en su vida: el que pierde un ser querido, el que pierde la movilidad por un accidente, el que pierde la salud a causa de una enfermedad, el que pierde a una madre que ya no es quien era porque la demencia se apodera de sus recuerdos, el que pierde un hijo, el que pierde al que no llegó a nacer, el que pierde la autoestima y la dignidad por sufrir maltrato, el que pierde repentinamente a su pareja con quien había iniciado un proyecto de vida…
Y todos sienten esa pérdida como algo irreemplazable, nada puede mitigar el dolor, no existe peor escenario que el que están viviendo en ese momento. Y sin embargo, salen adelante.
Experimentamos la pérdida en muchos otros ámbitos de nuestra vida (igualmente importantes): el que ha perdido el trabajo, el que ha perdido la ilusión por una ruptura sentimental, el que ha perdido una oportunidad profesional, el que ha perdido la esperanza de encontrar el amor.
¿Estamos preparados para el sufrimiento por la pérdida?
Dice el refrán que “lo que no te mata, te hace más fuerte”. Es cierto que no te mata porque sigues existiendo, pero mata tu ilusión, mata tus ganas, mata tu energía, mata tu fe, mata tu alegría, mata tu esperanza, mata tu día a día.
No sé si te hace más fuerte, más bien creo que en ese momento eres más débil que nunca, tocas fondo, tu alma está rota y tu corazón hecho pedazos, pero sales adelante por pura supervivencia, por adaptación al medio, como un mecanismo de defensa. Y cuando has reconstruido de nuevo todas tus piezas, entonces sí: te haces más fuerte, sales fortalecido.
Si nos anclamos en la pérdida, seguiremos sintiendo constantemente el dolor, nosotros decidimos si queremos seguir experimentando el resto de sentimientos que nos estamos negando. Mitigar el dolor no es olvidar, es convivir con él, es experimentarlo por momentos, es una parte más de nuestro repertorio de emociones, la mayoría extraordinarias.
Nos preguntamos tantas veces, cómo las personas pueden seguir viviendo después de una pérdida…”si me pasara a mí, no podría soportarlo”. Y sí que podrías, el ser humano desconoce hasta dónde puede resistir, no conocemos el límite, la vida nos pone a prueba continuamente. Por eso, la vida no son las cosas que te pasan, la vida es lo que tú haces con las cosas que te pasan. Y al final todos tenemos el mismo instinto de supervivencia.
Y llega un momento en que te haces amigo del tiempo, ese que dicen que todo lo cura, que parece que se ha parado, que pasa mucho más lento de lo que quisieras.
Y pasan las semanas, los meses, incluso los años y por fin ves la luz al final del túnel.
Y tus heridas se curan y van cicatrizando.
Y tu alma vacía se va llenando poco a poco.
Y tu corazón comienza a recomponer sus piezas.
Y vuelves a ser tú, de otra forma, pero tú…y decides dejar de sobrevivir para volver a vivir, a querer vivir.